sábado, 18 de abril de 2009

Así se construye una bruja


Breve historia acerca del paganismo y los intentos por erradicarlo



Cuando se trata de rastrear la historia de la palabra “bruja”, la primera sorpresa que uno se lleva es descubrir que no se usa desde tiempos inmemoriales, sino que sus registros más antiguos datan del siglo XII. En cambio, sí hay registros tan viejos como la humanidad acerca de la existencia -real o mítica- de hombres y mujeres con poder de dominio sobre los procesos naturales, e incluso sobre la voluntad de otros.

En su mayoría, los casos "reales" aludían a hombres y mujeres apegados a los cultos a la naturaleza, que concebían al mundo como conformado por dos mitades: masculina y femenina. Creían que sus dioses y diosas actuaban para mantener un equilibrio de poder: cuando lo masculino y lo femenino estaban equilibrados, había armonía en el mundo; cuando no, reinaba el caos. Estas creencias se basaban en el orden divino de la naturaleza, y en el poder femenino y sus vínculos con la Naturaleza y la Madre Tierra.

Es justamente por esto que uno de sus símbolos religiosos más importantes –y seguramente el más conocido- es el Pentáculo, que representa a la mitad femenina de todas las cosas; un concepto religioso que los historiadores de la religión denominan “divinidad femenina” o “Venus divina”.
En su interpretación más estricta, el Pentáculo representa a Venus, la diosa del amor sexual femenino y de la belleza.
¿De dónde surge este símbolo? El planeta Venus trazaba un pentáculo perfecto en la Eclíptica[1] cada ocho años. Tan impresionados quedaron los antiguos al descubrir este fenómeno, que Venus y su pentáculo se convirtieron en símbolo de perfección, belleza y de las propiedades cíclicas del amor sexual.
Tal fue esta impresión que, como tributo a la magia de Venus, los griegos tomaron como medida su ciclo de cuatro años para determinar las Olimpíadas, medida que se sigue considerando para organizar los Juegos Olímpicos.

En el Imperio Romano, la expresión más común para referirse a ellos era pagano, palabra que tiene su origen en el vocablo latín paganus, que significa “habitante del campo”. Durante el período en que los cultos urbanos del Imperio Romano estaban siendo convertidos a una nueva religión, el Cristianismo, estos paganos estaban alejados de las prácticas urbanas, por lo que no fueron adoctrinados en las nuevas creencias. Así, permanecieron fieles a sus antiguos cultos, que quedaron restringidos a las zonas rurales.

La coexistencia de los cultos de la naturaleza con los nuevos cultos urbanos, en el seno del mismo Imperio, fue dando lugar a conflictos, y se constituyó en situación propicia para que las nuevas creencias se apropiaran de los símbolos existentes y los fueran degradando con el tiempo, en un intento de borrar su significado.
Como parte de la estrategia para erradicar a las religiones paganas y convertir a las masas al cristianismo, en la primera Iglesia Católica romana se comenzó a utilizar el término “pagano” en un sentido peyorativo, se denigró a sus dioses y diosas, y se asociaron sus símbolos al mal, alterándose el significado del Pentáculo.

Con el tiempo, los cristianos fueron creciendo en cantidad –y en poder político- con lo que “ser pagano” pasó a ser considerado “ser un hombre sin religión o sin Dios”, en tanto no se habían asimilado a la que consideraban como la única religión válida.
Y la desconfianza creciente para con los que vivían en las villas rurales era tanta que hasta se cambió de sentido el antiguo término para describir a los campesinos. Así, ser villano –de aludir al habitante de las villas- pasó a ser sinónimo de malvado.

Sin embargo, el paganismo sobrevivió a estos primeros tiempos, y con su supervivencia se recrudecieron las estrategias para su erradicación. A principios del siglo XIV, en épocas en que se extendieron las prácticas de la Inquisición en general, y de las que se conocieron como “caza de brujas” en particular, muchas mujeres y hombres fueron perseguidos por su adhesión a estos cultos de la naturaleza. Durante cuatrocientos años (sí, ¡400!) cerca de nueve millones de hombres, mujeres y niños murieron en la horca o en la pira. El Malleus Maleficarum fue, justamente, una guía para torturar a los acusados de brujería, obligándolos a confesar cualquier cosa de la que estuvieran acusados: estar en el lugar incorrecto o en el momento indebido; ser particularmente bello o feo; loco o retardado, o incluso excepcionalmente inteligente; la práctica sexual femenina fuera del matrimonio; haberse vuelto próspero en poco tiempo; ser propietario de tierras codiciadas por el poder político o religioso…
Como resultado de este proceso, el conocimiento pagano fue disipado, y pasó a significar cualquier palabra o símbolo mágico usado en encantamientos o como parte de tratos satánicos. Ejemplo de esto es lo sucedido con el Pentáculo, que con el tiempo pasó a ser graficado de modo invertido y asociado a la representación del Diablo.

A pesar de esto, el paganismo logró sobrevivir una vez más, manteniendo su reverencia a la Tierra y a todas sus criaturas, considerando a los seres y fenómenos de la naturaleza como interconectados, y viendo en sus ciclos una manifestación del orden divino.

Hoy se ha vuelto particularmente complejo definir al paganismo. Sus creencias, saberes y valores han impregnado –predominando unos sobre otros según sea el caso- a diferentes sistemas de ideas, entre los que podríamos incluir desde algunas prácticas religiosas –como el wiccanismo- hasta al movimiento ecologista o la New Age.
Como sistema de creencias, el paganismo suele ser politeísta aunque no exclusivamente. Muchos paganos ven a todas las cosas como parte de un Gran Misterio, considerando que en todas ellas reside la energía divina. Por eso, tratar de rotular al paganismo como monoteísta o politeísta nos lleva a una aparente contradicción si intentamos responderlo desde una lógica simplista, contradicción que se supera con un pensamiento complejo, que considera a los conceptos de Dios, Diosa, Dioses y Diosas como máscaras del Gran Misterio.

Esta misma lógica compleja es la que nos permite superar una segunda contradicción: la de creencia y ciencia. Las epistemologías dominantes hasta principios del siglo XX coinciden en una visión mecánica de la realidad, y, por lo tanto, en la creencia respecto de que la misma puede ser conocida en tanto se descubran los patrones que subyacen a este mecanicismo, y se los traduzca en leyes y principios. Durante el siglo XX, la incorporación a la ciencia de las nociones de caos, incertidumbre, relatividad y complejidad, abrió la puerta para la ruptura con esta pretensión de una realidad mecánica y, por lo tanto, de un conocimiento cierto, claro y simple sobre ella. Así, se legitimó como conocimiento a aquellos saberes sobre el hombre, la naturaleza y sus vínculos, que se habían conservado ocultos durante siglos, transmitidos de boca en boca –mayoritariamente entre mujeres- y por lo general dentro de la familia o de los muy allegados. Se trata de un conjunto de saberes sobre todo relacionados con la sanación a partir de ciertos rituales o el uso de hierbas u otras sustancias naturales, en los que la palabra y la imposición de manos ocupan un lugar privilegiado (como, paradójicamente, también lo hace en las mismas religiones que han intentado erradicarlos y de ellos los tomaron).


[1] La Eclíptica es la línea curva por donde transcurre el Sol alrededor de la Tierra, en su movimiento aparente. Está formada por la intersección del plano de la órbita terrestre con la esfera celeste, es decir, la línea recorrida por el Sol a lo largo de un año respecto del fondo inmóvil de las estrellas.

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